Hubo un día en que recorrí el continente arriba de un avión y me sentí atrapada porque comencé a pensar en tu claustrofobia, en el día que me contaste que para entrar a las cajas de un banco tuviste que quedarte encerrado, en medio de la oscuridad, como cuando tu madre te dejaba solo las tardes enteras y te tuviste que enfrentar al miedo a lado de tu perro, el mismo perro que murió un día por el veneno que la esposa de tu hermano le dio. Me quedaron tus miedos, parece que aterrizados en la piel. Me dejaste los heredados y me infundiste otros.
Lloramos, he llorado... ¿Cuántas noches solo? Ahora te escribo desde un lugar que también tiene tu nombre, desde un refugio que nos distancia 20 años. Te escribo para dejar, de alguna forma, la idea de pertenecer en algún sentido determinado a esas charlas antológicas de horas frente a botellas, a esas tardes en que me recuerdas cuando niña y se te enrojecen los ojos creyendo que yo podría haber sido otra que no soy y que quizás nunca seré. Como tú cuando siempre quieres ser alguien más que ya no alcanzas a ver.
No sé en qué momentos te extraño a pesar de la aparente presencia, si cuando te escapas de la realidad y sólo hieres o cuando eximes las palabras y dejas que nos entretengamos contemplandote.
Trasciendes... escuchas, pormenorizas... la vida es esta... 45 no son muchos... Tienes todo, pero no quieres todo... quieres algo ¿lo perdiste? Quieres algo ¿lo sabes?...
¡Salud por ti! ¡Salud por mi vida! Salud por todas esas cosas buenas que a largo plazo sabes que todos te van a agradecer. No te pido respeto, quizás, podría pedirte indulgencia, pero los favores, Carlos, el tiempo, Carlos... entre tú y yo, no existen.
¡Salud por eso!
¡Salud porque existes aunque te condenes a lo contrario!
¡Salud por los 45!
O los libros de lo inevitable
Monday, June 23, 2008
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