O los libros de lo inevitable

Friday, February 27, 2009

Ruinas sobre ruinas sobre ruinas

Un ángel está parado sobre un lugar árido. Al fondo sólo hay montañas y polvo. Tiene la espada baja, los párpados casi cerrados, el rictus abolido. No hay luz, no hay ruido, no hay nadie. La cabellera levatada por el viento, el aliento divino, le enseña que todo lo que hay que mostrar es la construcción sobre las ruinas de otras construcciones que estuvieron sobre ruinas.

Remover y limpiar, con tacto insustancial, con fruición, los trozos de gestos guardados en la memoria. Reconstruir acariciando la pusilánime costumbre de enloquecer un día cada tanto. Doler para mostrar que la edificación de ciudades y la destrucción de las mismas es un caos laberíntico, una manera de defender la caída de los imperios y la pertinencia de las batalla.

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ahora tengo que hacer una ciudadcita encima de las estúpidas ruinitas de mi puto poema

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Respira...
Sí,
otra vez, A.
No se puede vivir así... tratando de ignorar todo.
Hay palabras, quizás demasiadas en una cabeza tan corta, tan confusa,
dime para qué.
Si ese hombre no te hubiera tocado no habrías descubierto el instinto, la fórmula primera, el límite de la destrucción. Tal vez algo que disuelto en la saliva logró enterrar un soplo de conciencia, un punto de luminosidad atávica que atravesó el dolor.
Luego fue dolor vete, dolor quédate, dolor mato, dolor ´muérete, dolor quéjate, dolor escribe, dolor déjate, dolor embriágate, dolor piérdete, dolor piérdeme, dolor no me quieras, dolor por qué no me quieres?, dolor ¿así?, dolor duélete, dolor quiérete, dolor a la mierda el dolor, dolor no puedo con la mierda que implica mandar todo a la mierda.
Y algo se quiebra, sí total, termina en animal después de haber sido tragado por una bestia pequeña y lógicamente negra, como el cifrado y perfecto funcionamiento de un instinto.

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