O los libros de lo inevitable

Friday, July 11, 2008

70. Rompiendo el azar

Fijo el destino con las apuestas. La percepción del mundo es una larga cadena de azares en contra de lo que parece predeterminado. La vida se agota después de una hora recordando. Las luces parecen sonreír a la salida. Que no espere nada, que no espere... Esta mañana derogaron las estrellas sus señales y sus leyes y es inútil que el cartógrafo dibuje ríos secos en la palma de la mano.
La noche se cae como la cabeza de un ciego que ha sido decapitado. Los nombres se esfuman. Llega el sueño. Hoy soñaré que soy una enana, que me beso a mí misma en la entrepierna y luego en la boca. Soñaré que la enana no es otra y que a la niña que besa, que no es enana, tampoco es otra. Hoy en los sueños haré un tapiz de entrepiernas fotografiadas. Un monumento al silencio. A las ganas. A la espera. Me siento peor con los número pares: 11 de julio, 70 días. La vida se corrige como un azar espontáneo, con una premura paralizante. Cierro los ojos y las fauces se ciernen. Aparecen los muñecos con ojos desorbitados. El terror invade los rincones de un mundo imaginario habitado por calzones malignos, y abrigos con garras. Tengo miedo y no sé a qué. Tengo miedo y te hablo, señor. Te pido como cosa benigna y poco prudente un misterio que me coloque en un centro gravitacional correcto, en una esfera resplandeciente en la que no deje de dar vueltas para colorear el mundo. Quiero arañarlo, señor, quiero arañarte. La cama se vuelve notablemente grande, un recuerdo erige un rostro en el ángulo derecho. Tengo miedo de mis ojos, de lo que hacen abiertos, de lo que esperan cerrados, de lo que ignoro se dicen todo el tiempo ellos y los espejos. Ya no sé de mi cuerpo. Estos senos no son míos, los otros eran más firmes, menos torpes, parsimoniosamente sensibles. Estas manos no son mías, las otras levantaban chispas al roce. Estas nalgas no son mías, las otras eran otras que no son estas. Mi cabello cambia, la luz contra las piernas da miedo, el fuego fatuo del enigma se extingue. Y yo, señor, no puedo decirme nada. Tan fiel compañía que me fui yo, Pílades.
Quiero que calle el tiempo, que se determinen los ciclos, que se extinga el fantasma bajo la luz encendida. Eso quiero, señor, luces encedidas por esas manos. ESAS manos, no otras, no las mías, no un recuerdo.

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