O los libros de lo inevitable

Thursday, February 19, 2009

Febrero 19 de 2009

Un hombre sentado debajo de un árbol toca el laúd. Un ángel lo visita para escucharlo. Él aún no quiere hacerle preguntas a Dios. Otro hombre, sentado debajo de otro árbol no toca un laúd. Él quiere que el ángel pregunte cuántas vidas necesita para iluminarse. El ángel va con Dios y regresa. Le dice que le hacen falta tantas vidas como hojas tiene el árbol. El hombre, enfurecido, se aleja de ahí maldiciendo su suerte. El ángel, curioso, que virtud en él y no falta, le ha preguntado a Dios por el destino del laudador. Éste necesita vivir tantas vidas como hojas del árbol para iluminarse. El hombre se pone a danzar y reír.
-¿Por qué ríes?
-Porque sólo me hacen falta el número de vidas que suman las hojas de este árbol, bien podrían faltarme todas las hojas de todos los árboles del mundo.
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Descubrí que tengo miedo de estar bien. Quisiera, arrancarme los párpados para poder mirar afuera tanto como quisiera, hartarme de ello y poder mirar dentro. Arrancármelos para no cerrarlos nunca. No remediaría nada. Las cosas que pretendo creer como absolutas resultan distracciones para ignorarme. Cuánto amo sufrirme.
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Yo estaba en un edificio con mucha gente a mi alrededor. Todos desconocidos. Las paredes eran de cristal y desde ahí podía ver como iba cayendo la ciudad poco a poco, estruendosamente. Estaba parada en medio de todo, sintiendo una angustia terrible. Un hombre gritó: "Si se va a acabar el mundo es necesaria la reproducción". Veía cómo se desnudaban, veíá con qué vesánica premura se tomaban entre pieles, entre todos. Alguien me tomaba de la mano y me acercaba a un escritorio. Ahí había una mujer, una enana, con el sexo abierto... desnuda. Alguien me obligaba a besarla, en la entrepierna. Me arrancaba la ropa. Yo sentía asco y sin embargo, no resistía la fuerza del hombre a mis espaldas. Quería escapar. Me incorporé. Le tocaba el vientre. Quería besarla para quitarme el sabor imaginario de su sexo. Quería encontrar algo dentro de toda esa maraña de cosas inexplicables. Le veía la cara, era mi cara. Yo era la niña de esa foto que sonreía a los nueve en el cuerpo de una enana.
Descubrí que no soy una enferma sexual, sólo tengo miedo de ser adulto. Ja...
¡Pinche Jung!
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Capi... Un año más, Capi. Cómo pasa el tiempo.
¿te acuerdas de esto?
¿qué es esto? ¡yo que pensé que había aprendido!
mirar lo incierto, mirar y degustar. ¡Ja! tal vez no sepas ni quién soy...
los proceso etílicos, o la duda inútil de lo desconocido o... la necedad.. o las feromonas, o sólo la lección que debo darme esta noche para dejar de pensar.
Tiempos aquellos de el señor del costal y las calcetas dentro de los converse.
Gracias por ser... (ja, no hay adjetivo correcto para describirte)

3 comments:

Anonymous said...

Pequeña, pequeña es la vida y enorme el temor de crecer...
No sufras, siempre existe un ser (yo) que te puede abrazar, acariciar, dimplemente... Dejarte ser...

Anonymous said...

jeje, era: simplemente, ja, en lugar de diplemente... jojo.
Rompí con la seriedad, MaldiCión!!!

Ricardo G. Acevedo said...

Tán rápido pasa que el Sr. del Costal es ahora un pervertido rebasado.

"Amarrarse con un cordel el dedo gordo del pie a la cama. Un papelito con nombre y dirección en el bolsillo de la pijama. Los mayores deberán llevar las gafas y el pasaporte"

Usted no diga frío hasta no ver pingüinos.

Te mando gratitud en forma de abrazo.