Ahora noto cómo se han podrido poco a poco los espejos de esa casa que he observado por más de dos años. He esperado que vengan a repararlos con silicón. Quise, incluso, aventar el último mientras encendía una cámara, de esta manera podría recordar cómo era cuando estaba entero y así, curar la nostalgia que me provoca ser dueña de una memoria lisiada.
Usted, maestro, me ha reconstruido infinidad de veces y no entiendo, seriamente no entiendo, hasta que límites ha caído lo que usted pensaba de mí o de mis posibilidades. Y áun con ello, su confianza ha perdurado sin importar cuántas veces me haya visto ahí, tirada bajo los dinteles de miles de lugares infaustos, ahí, donde he dejado un poco más de la dignidad, de la perversión, de la inocencia.
Maestro, me siento vieja y pusilánime, me siento agotada de enfrentarme a enemigos débiles que retuercen el espíritu, y sin embargo, quisiera volver el tiempo y recordar la última vez que me sentí impune y protegida. Quisiera regresar a ese lugar que no es la infancia. Quisiera, al menos, dejar de intentar perderme de nuevo.
Sé que me sabe.
Hoy, maestro, desperté mirando al espejo con más avidez que nunca. Quise mirar mi rostro de otra manera: poner atención en el ángulo de la nariz, en las cavidades que se enegrecen por efecto de las manchas, en la boca rodeada de esos pequeños lunares rojos que invaden mi piel a causa del sol. Quise dibujar la vejez sobre mis rasgos y no pude. Me distraje, como siempre, en los diálogos del tiempo, en la afrenta dislocada y sin sentido que sostiene mis días. Es difícil que me escuche. Me doy asco.
Recordé esa canción de Víctor Jara: "¿Cómo sacarme del alma lo que me dejaron negro?" Y luego fui al trabajo. Me senté junto a una señora vieja y muy gorda. Me contó su vida en 20 minutos. Ella lloró. Yo respiraba con fuerza. Le toqué el brazo. Ella lloró más. Bajó tomada de mi brazo. Me fui. Entré al baño y me miré al espejo. Pude verme vieja, triste, sola, asquerosamente sola en medio de un laberinto prefabricado. Salí.
Ahora estoy aquí sentada. Acabo de escuchar dos tiros. Ayer también escuché dos. Después llegarán patrullas y esto se volverá un escándalo.
Aquí, maestro, aquí en estas líneas mi cabeza sigue negándose a escribir. No se lo dije, pero tiene más de un rato que no escribo una sola línea que me guste. Pero la disciplina... y la forma... y el estilo...
Confieso, maestro, que en algún momento decidí cambiar, ser otra más feliz que dejara de lado todo. Pero ¿sabe? No entiendo qué hacer si no hago lo que siempre. No entiendo cómo vivir si no es como siempre. No sé como ser otra que no sea la que me imagino que soy.
¿Usted sí?
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