O los libros de lo inevitable

Monday, November 14, 2005

Del simbad que no soy


Hay tres cosas que nunca olvidaré: el día que nací, la vez que no pude morir cuando realmente lo quería y el momento exacto en que Owen arremetió contra mi. Después de Gilberto Owen mis noches de adolescente se tornaron un cúmulo de manías fascinantes. No sé por qué Clementina nunca le hizo caso, tal vez era absurdamente necesario seguir ignorándolo para que escribiera cosas tan depresivamente maniáticas.
Esta mañana me consume en su rescoldo la conciencia de mis llagas... Una escritura genialmente fácil e incomprendida. No quiero hacer un decálogo acerca de lo que Gilberto dejó sino un homenaje barato a mi sensibilidad, no sé por qué siempre he querido que la voz de Owen se parezca a la de Emilio Ebergenyi, mi voz favorita, mi locutor preferido, que precisamente el jueves 10 halló su viaje sin Virgilio ni palmas. ( ) paréntesis de silencio en su honor. Mis relaciones siempre han sido vacías, cuando tenía trece años pasaban un programa por el canal 40 que se llamaba survival, mi maestro de ecología de la secundaria nos obligaba a verlo. Ebergenyi narraba muchos de estos. Tirada sobre la cama matrimonial de mis padres, leyendo el día tres de Simbad el varado, hallé la voz sublime que enternecía mis demonios solipsistas, desde entonces cada línea de Owen estará auditivamente condenada al tono parsimonioso de Emilio.

Pero es justo que dejemos un espacio al porvenir y nos encontremos lejos de la nostalgia, aunque hoy no me deja pensar más que en lo triste que resultan las imágenes de Renard (otro cuasi desconocido nostálgico) hoy recordaba también, gracias a esa imagen pacífica de las virgin islands (no sé por qué) un libro que me entretuvo llorando tres meses de mis 14 años. Pelo de zanahoria de Jules Renard. Esa es la recomendacipon desesperada, aunque no sé si aún lo editan.
Un saludo para la noche

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