O los libros de lo inevitable

Wednesday, May 28, 2008

23 y 24 Jesús Betz

15 de mayo de 1909: "¡Un hombre tronco? Je, je. ¡Habría que llevarlo a trabajar a la iglesia! ¡A los pastores les encantan los hombres tronco!"

Es después de esta dudosa broma que me llevas ante el pastor, sin pensarlo dos veces, al límite de tus fuerzas. Cada vez peso más.

El pastor no lo aprecia para nada. No pagará para que yo cante en el coro de la iglesia. De qué le sirve a él un hombre tronco.

-¡Jesús! ¡Dios mío! ¡Jesús Betz! ¡Es una blasfemia! -vocifera.
-¡Pero si mi Jesusisto es tan amoroso como Jesucristo!
-¡Con la diferencia de que a un hombre-tronco, señorita, no se le crucifica, se le ensarta en un anzuelo como un gusano! ¡Lárguesne!

Recuerdo cada palabra. Apreté los dientes y tú, tú llorabas.

Un mes más tarde, el 17 de junio, sigues otro desafortunado consejo:
"Para trabajar, ¡vayan a ver al viejo puerco en el ballenero! Está buscando gente".

Más bien "¡vayan a ver al ballenero en el viejo puerto!", pensamos.
¡Qué va! Ese viejo puerco del capitán Styx también nos insulta:

-¡Aquí lo que necesitamos son brazos! ¿Al menos sabe nadar? ¿Además perdiste la lengua?
-¡No, capitán! Pero tengo muy buenos ojos y puedo cantar para los marinos.

Finalmente me acepta como vigía.

El 6 de julio el ballenero zarpa del puerto de Nantucket. Me amarraron a la punta del mástil más alto. No viniste a verme partir, mamá.

El 23 de julio de 1909, Louis Blériot atraviesa el Canal de la Mancha en aeroplano.

Vislumbro mi primera ballena el 29 del mismo mes. Comienza un viaje maravilloso. Cinco años entre los océanos. Descubro las islas encantadas. Aprendo . Contemplo. Canto.

Los marineros me untan grasa de cachalote por culpa del sol que me quema allá arriba. El olor a grasa quemada me llena la nariz y algunos me apodan "ojo de lince". Tengo la cara de un piel roja.

La guerra estalla el 28 de julio de 1914 y fragmenta Europa.

Nadie ha conocido un mejor vigía. Distingo el chorro de las ballenas a millas a la redonda.

Desafortunadamente, el 13 de octubre de 1914, una gaviota me revienta un ojo y me daña seriamente el otro. Ya no valgo nada. A partir de ahora los marineros supersticiosos comparan mi canto con aquéllos, fatales, de las sirenas.

El capitán Styx me abandona sobre el muelle del Faro Oeste el primero de noviembre. Reptando, reptando, llego al mercado de pescados donde todos me pisotean. Una enorme pescadera se interpone: la hermosa gorda Mamamita.

Aquél día, mamá, descubrí la ternura y el calor de una verdadera cama con Mamamita y sus doscientos kilos de generosidad. Vivo feliz en sus confortables brazos que huelen a pescado. Le cuento de mis bellos viajes, las ballenas, las islas y los tiburones, las tempestades y los indios. Ella me prepara unos platos de tomates y cebollas con ajo y albahaca. Mamamita no tiene más dinero que nosotros, pero es muy dulce.

Me convertí en su pequeño hombre-tronco soprano, su pequeño pirata. El 18 de noviembre, ella me regala un ojo de vidrio de segunda mano. Estoy en las nubes, canto en los mercados para atraer a los clientes.

A pesar de todo, el 19 de noviembre atraigo a Max Roberto, y con él, problemas terribles y horizaontes desastrosos. Llegó acompañado de un hombre-tronco con brazos y nos ofreció mucho dinero para que lo siguieramos. Demasiado como para que Mamamita pudiera rechazar una oferta semejante aunque viniera directo de los infiernos.

El hombre- tronco con brazos se llama Pólux.

A él también lo acaban de reclutar.


Siguen meses de exhibición y hiumillación. De ciudad en ciudad, en tabernas de mala muerte. Mamamita guarda dinero en una alcancía para poder irnos ricos, algún día...

Max Roberto nos trata como perros, entre la miseria y el miedo. Se vuelve violento cuando alguien discute sus órdenes.

Obliga a Mamamita a engullir toneladas de comida para que engorde más y más, ¡para el espectáculo!

Nos hacemos amigos de Pólux el 23 de noviembre.

Todas las noches, el enorme cuerpo de Mamamita me engulle, y, por la mañana, milagrosamente me restituye intacto a la vida, reconfortado.

Pero el 3 de marzo de 1918, al alba, las dulces carnes de Mamamita se enfrían lentamente y me hielan la sangre. La muerte encuentra fácilmente a quen está demasiado gordo, aunque se esconda en la sombra.

Todo se derrumba a mi alrededor, una vez más. No soporto más las risas y los insultos de los espectadores que miran y escupen. Quisiera volverme ciego como la mujer topo, sordo como el hombre-tapia y después morir, mamá.

Por suerte, está Pólux.

El 11 de marzo de 1918, él me ayuda a sobrellevar mi desesperación. Nos escapamos una noche sin luna. Pólux había oído hablar de un "Gran Circo" donde no se explotaba a las personas como nosotros, sino que se les respetaba y se les reconocía en verdaderos espectáculos de variedades. No tengo alternativa, incapaz de salir de aquello solo.

El 25 de marzo de 1918 muere el compositor francés Claude Debussy.

Gracias a los ahorros de Mamamita atravesamos el país con la primavera y sus golondrinas. Vamos en pos del "Gran Circo".

Pólux es un amigo ideal, inteligente y valiente.

La gigantesca carpa roja y amarilla aparece en el horizonte. el 2 de abril. Con el corazón agitado nos aproximamos, descubrimos animales extraños y magníficos que, hasta entonces, sólo habíamos visto en libros o carteles. Jirafas y elefantes, cebras y cebúes, encadenados por el formidable olor de las fieras. El circo es un auténtico pueblo ambulante cuyos habitantes se atarean alrededor de su catedral de lona, en medio de sus innumerables casas rodantes.

Pólux y yo nos perdemos entre ese laberinto de telas multicolores, de cuerda y de madera.

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